DAÑO SICOLÓGICO A LA NIÑEZ.
Cinco meses de la celebración de la Cumbre Mundial de la Infancia y todavía con las angustias derivadas de la guerra del Pérsico, el artículo 39 de la Convención de los Derechos del Niño debería estar presente en la mente de todos los adultos, especialmente de los que han utilizado sus posiciones de liderazgo para hacer de la paz una utopía.
Según el texto a que hago alusión, los estados partes de la Convención “adoptarán todas las medidas apropiadas para promover la recuperación física y psicológica y la reintegración de todo niño, víctima de cualquier abandono, explotación o abuso; tortura u otra forma de penas crueles, inhumanas, degradantes y conflictos armados…”
¡Cómoda manera de aliviar culpas! Seguramente en el mundo occidental ya están organizándose grupos dispuestos a adoptar a los miles de niños árabes, que al igual que ocurrió en Vietnam, deambulan por las calles con la mirada perdida y con el alma en un hilo. Muy pronto las ciudades norteamericanas, además de los barrios chinos, vietnamitas, latinos y de gente de color, tendrán comunidades enteras de refugiados que renegaron del maléfico Saddam, y al igual que nos muestra la serie televisiva “Dos perfectos desconocidos”, darán a los emigrados “Valquis”, la oportunidad de subliminar su nostalgia por las labores pastoriles del desierto , a cambio de un lugar en la escuela nocturna, en donde se les enseñará el inglés y las bondades de la vida democrática.
¿Están dispuestos los Estados Unidos, partes de la Convención, a invertir igual cantidad de la que gastaron misiles, botas, tanques uniformes, etc., en un programa de recuperación ecológica que garantice a las futuras generaciones, como lo dice el artículo 24, el alto nivel de salud?
¿Cómo va a garantizar, en el espíritu del artículo 12, el derecho de los niños iraquíes, jordanos o kuwaitíes a formarse un juicio propio y a expresar su opinión sobre la guerra de manera libre? ¿No es un a flagrante violación al contenido del artículo 13, la impresionante tendencia de los noticieros, en los que los niños ven sólo las respuestas o encuestas que condenan a una de las partes del conflicto?
¿Qué saben los niños occidentales de los sentimientos de los niños árabes? ¿Quien impedirá en una escuela el maltrato verbal y la discriminación de cualquier infante que tenga la mala fortuna de apellidarse Abdul o Jalil.
En términos programáticos, las consecuencias de esta guerra aún esta por verse, sobre todo en lo que concierne a aquella importante parte de la raza humana por la cual se reunieron en medio de alfombras mullidas y canapés exquisitos los líderes de setenta países, en los que sigue habiendo niños callejeros, menores maltratados, infantes víctimas de la droga y millones de seres de inanición, disentería, tétanos y abusos de todo tipo.
Lunes 4 de Marzo de 1991, DIARIO DE MÉXICO.
Lilia Cisneros Luján 